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jueves, 11 de octubre de 2007

Discurso sobre Oratoria.

Apreciados Correligionarios:

Es realmente aleccionador y emocionante rememorar el pensamiento de Belaunde, expresado en sus discursos y publicaciones. Porque en su palabra él sigue viviendo con nosotros y para nosotros… y debe seguir viviendo para todo el pueblo peruano, sin distingo de ninguna clase. Esto último es nuestra tarea, como miembros de Acción Popular.

Por ello, al cumplirse un aniversario más de su nacimiento considero oportuno transcribir el texto que sigue, en el que no se sabe qué admirar más: si la galanura de sus frases, o su terca fe en la juventud, en la que siempre depositó sus más caras esperanzas.

Fernando Belaunde Terry en el acto de presentación del libro “La Organización Política – Elementos de Administración Moderna Aplicados a la Dinámica Partidaria”, de Raúl Villacorta, ceremonia en la que el arquitecto se dirigió al auditorio con su reconocida maestría en la oratoria.

Comentarios a la juventud sobre oratoria

Fernando Belaunde Terry [1]

La habilidad para comunicar es arma fundamental del político y, sobre todo, del maestro. Pero la receptividad es requisito previo; para trasmitir la idea con claridad y fuerza es necesario asimilar muchas experiencias, analizar muchos antecedentes.

Cualquier persona que adiestre su dicción y tenga algo que decir, puede surgir en la oratoria. Lo esencial es remontar estos tres escalones: sentir, pensar y decir. Alguna vez he escuchado a personas de limitada cultura tratar elocuentemente de un tema, porque lo sentían. El oyente siempre percibe la nota emocional y está listo a escu­char cuando el orador, por modesto que sea, tiene un mensaje que trasmitir.

Tal vez la mejor escuela para la oratoria es la enseñanza. En la vida política la capacidad de hacerse escuchar es fundamental, creándose ese misterioso nexo entre el ponente y el oyente.

Comenzando por lo más alto, elevándonos al plano mundial, encontramos ejemplos perdurables de lo que se dijo, en maravillosa y elocuente síntesis, en momentos supremos. Todos recordamos aquellas tres palabras de Winston Churchill que, sin atemorizar a su estoico auditorio, enfrentaron un trágico reto: "sangre, sudor y lágrimas". Y el mismo estadista, ante la amenaza de una inminente invasión, sostuvo a su pueblo con unas frases que no puedo citar textualmente pero que decían más o menos esto: "combatiremos en las playas, lucharemos en las colinas, en las calles, en las plazas, en las casas, combatiremos al enemigo donde lo encontremos... ¡Nunca nos rendiremos!". Pocos recuerdan hoy toda la extensión de los discursos del gran estadista. Pero las frases culminantes las recordarán siempre porque las sintió y las pensó profundamente, al calor de la emoción patriótica.

Franklin D. Roosevelt no se quedaba atrás en cuanto a concisión e impacto, como en esta afirmación: "Sólo hay que temer al temor" y el líder soviético Gorbachov habla también con claridad cuando dice: "Una revisión crítica de nuestra propia experiencia es un síntoma de fortaleza, no de debilidad". Y en otra ocasión habla al pueblo con sencillez: "Todos somos pasajeros -dice- a bordo de una nave, la Tierra, y no podemos permitir que naufrague... no habrá una segunda Arca de Noé".

Decía Lacordaire que la elocuen­cia "es el alma misma del orador es­capada de la cárcel corporal para fundirse en .el alma de los oyentes". Algo de eso encontramos en las palabras de Salvador Allende ante- la tumba de don Arturo Alessandri Palma: "Por eso el pueblo ha venido a llorarlo; a cubrirlo con lágri­mas de mujer que son llanto de ma­dre y de fecundidad". Fue el difunto presidente el que acuñó la frase "El odio nada engendra, sólo el amor es fecundo" y en esto coincidía con el prócer de la independencia cubana Martí, quien afirmaba que la única ley autorizada es, efectivamente, el amor. "Los hombres van en dos bandos -decía- : los que aman y fun­dan, los que odian y deshacen".

Compatriotas míos mantienen en alto el prestigio oratorio del Perú. El "Huáscar", como un anticipo de gloria, hallándose sublevado bajo el mando de eminentes marinos y el liderazgo político de don Nicolás de Piérola fue intimado a rendición el 29 de mayo de1877, por la flota inglesa del Pacífico que, con anuencia gubernativa, se propuso capturarlo como barco "pirata". El encuentro se produjo a la altura de la Punta de Coles, en Ilo y el almirante inglés despachó un bote con bandera de parlamento con el teniente Rainier, instando a los peruanos a arriar del mástil el pabellón nacional. La historia ha registrado la elocuente respuesta del caudillo: "Conteste usted al señor almirante que lo envía, que ese pabellón, que es el pabellón de nuestra patria, sólo podrá ser arriado cuando no quede a bordo de esta nave un solo hombre para sostenerlo, que nada nos importa la superioridad de fuerzas de que nos habla y que antes de consentirlo sepultaremos al "Huáscar" en el océano". Hay que transportarse a aquel paraje marítimo y a aquellos cruciales momentos para apreciar el coraje y la hondura de estos conceptos. EI "Huáscar" salió airoso de esa prueba, esquivó el primer torpedo autopropulsado que se disparara en el mundo, recibió múltiples impactos, mas cumpliendo la viril advertencia de su jefe jamás arrió su bandera, mientras la tripulación del "Amethyst" luchaba contra el fuego que amenazaba ya destruirlo.

Por eso tal vez fue tan inspirado el discurso de. Mariano H. Cornejo en las exequias del Califa. Aludiendo a los antiguos peruanos acuñó la frase inmortal: "... enseñaron a unir piedras para levantar fortalezas y a soldar tribus para crear imperios…”

Es que, como lo dijo Vasconcelos, "es el puño varonil, al servicio de la verdad y la justicia, lo único que salva razas".

Me complace concluir esta primera parte citando a uno de los nuestros –Víctor Andrés Belaunde- cuando presidiendo la Asamblea General de las Naciones Unidas solía rezar silenciosamente esta oración, que es la mejor lección que puede ofrecerse a la juventud:

“Inspírame en lo que voy a pensar; qué debo decir y cómo debo decirlo; cuándo debo permanecer callado; qué debo escribir y cómo debo escribirlo; dame inspiración para saber cómo puedo trabajar para mayor gloria de Dios y bien de mi alma".

SALVANDO ABISMOS DE TALENTO Y FAMA

Salvando grandes distancias tengo que cumplir la misión que se me ha encomendado. Hablar de mi propia experiencia, en el ámbito político. El haber intentado apoyarme en enseñanzas de la más alta jerarquía no entraña ciertamente irreverencia sino todo lo contrario. Es lícito buscar inspiración en las fuentes más fecundas de la expresión oratoria. Al fundar mi Partido, después de la campaña de 1956 y bautizarlo con el nombre de "Acción Popular" dije estas palabras: "Por acción popular surgió una ciudad misteriosa y poética en la cumbre de la montaña y se elevaron catedrales sobre los cimientos de los templos paganos... Por acción popular llegaron a Sacsayhuamán los inmensos monolitos de la triple muralla. Es la acción popular, perdida en lo remoto del pasado y en la lejanía del porvenir, la que lleva a las comunidades andinas a unirse en el esfuerzo del sembrío y el festejo de la cosecha. Por acción popular ha dado frutos el desierto...” Y así continuaba hasta la culminación de la nueva fuerza cívica que "llamamos y llamaremos siempre Acción Popular".

Tengo que confesar que siempre me sentí un aficionado, un "amateur" al aventurarme inesperada­mente en el campo de la oratoria política. He procurado dar al pueblo el crédito que se gana con su altruista participación en las campañas. Un discurso mío, después de la decidida actitud del pueblo para lograr la inscripción, obstinadamente negada, de mi candidatura, se inició con estas palabras: "Gracias pueblo peruano por haber inscrito mi candidatura a la Presidencia de la República". Ciertamente era él, y no el Jurado Nacional de Elecciones, el que la había realizado.

Mi primer mensaje al Congreso, al jurar la Presidencia de la República lo dediqué a quienes tanto hicieron por elevarme a ese sitial. Dije así: "Los últimos serán los pri­meros", dicen las Sagradas Escrituras... permitidme que inspirándome en ellas dedique la majestad de este momento a la altiva y humilde majestad de los pueblos olvidados del Perú...” Y, a renglón seguido, procedí a restablecer .la elección municipal en todas las comarcas del Perú.

Recuerdo también mis últimas palabras, después de pronunciar un discurso-programa en la Plaza San Martín, en 1956:

"La providencia no ha de desoír una voz que sólo le pide luz para guiar a un pueblo a la justicia social”.

La exaltación de la patria es un tema sobre el cual se puede ser reiterativo.

"El Perú sólo ha sido grande -dije alguna vez- cuando ha creado, y ha sufrido decadencia, cuando olvidando esa facultad maravillosa, se ha entregado a la repetición o a la copia".

. No creo haber exagerado cuando dije "el tema peruano es tema universal. Porque el mundo hace suyos a los pueblos donde brotó el chis­pazo de la idea, donde se produjo el milagro de la belleza creada..."

En una oportunidad quise empezar mi mensaje al Congreso con una frase de impacto, descriptiva de los diez años en que me tocó la honrosa tarea del gobierno. He meditado mucho sobre a cuántos de los 167 años de vida independiente del Perú serían aplicables estas palabras: "La ley rige, la Constitución impera y la libertad reina en el Perú".

En abril de 1967, al regresar de la Conferencia de presidentes del hemisferio, en Punta del Este, después de una protocolar recepción en el aeropuerto y mientras comenzaba a refrescarme en Palacio, percibí el rumor de la multitud que se hacinaba en la Plaza de Armas. Fue una gratísima sorpresa. No tuve mucho tiempo para meditar. Pero el fervor popular me inspiró esta letanía, culminada por acción del pueblo mismo. Con estas palabras empecé mi alocución, sin sospechar cómo terminaría:

"¡Qué me aplaudes pueblo pe­ruano, si tú mismo has hablado por mis labios...!

¡Qué me aplaudes, si estoy aquí porque tú lo quisiste...!

¡Qué me aplaudes, si fui a Punta del Este porque tú me mandaste!".

Y, en ese momento, una mujer me lanzó una rama de laurel, que tuve la suerte de poder emparar, logrando acuñar la frase final:

"¡Y qué laureles me alcanzas si tú te los ganaste...!” .

La familiaridad con el pueblo, la común devoción al suelo nativo, siempre fueron determinantes en mis intervenciones públicas. En la última, el 21 de enero en Iquitos, comencé mi discurso con términos de hogareña sencillez: "¡Cómo los he .estado extrañando...!" Y lo concluí con palabras no menos sencillas: "Gracias, Iquitos, por haber reeditado para mí los tiempos juveniles en que todo es esperanza, idealismo y lealtad..."

Me avergüenzo de haber dedicado tanto espacio a mi propia modesta experiencia. Pero generosamente se me ha pedido que la comparta con la juventud que desea tomar la antorcha, antes de que mi mano no sea capaz de sostenerla.

Por eso me refugio, como creyente, en mis palabras de bienvenida al Santo Padre, el 2 de febrero de 1985. Este fue el primer párrafo que pronuncié ante Su Santidad:

"La tierra que tan amorosamente habéis besado esperaba, desde hace siglos, la consagratoria visita del Sumo Pontífice. Os ha tocado brindarnos esa victoria en la fe, descendiendo simbólicamente de las alturas. Tiempo atrás, por el mar, llegó al Perú la primera cruz, conservada devotamente. Plantada en el suelo de Tumbes, pronto extendió profundamente sus raíces por costa, sierra y selva, y surgió, en cada cumbre andina una nueva versión del signo de nuestra fe y, en cada choza campesina un reflejo del pesebre de Belén..."

En ese momento se ponía el sol, ardiendo la bóveda celeste en los más cálidos colores. Pude concluir diciendo:

"Sois bienvenido y honrado en el Perú que espera, fervientemente, vuestra bendición en este atardecer limeño, anuncio de una aurora de nueva esperanza".

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Así terminó un coloquio con la juventud con la que quise compartir, en primer término, mi admiración por los grandes maestros. Y, sin pecar de inmodestia, atreverme a trasmitir, como se me pedía, algo de mi propia experiencia con la multitud. En las plazas su receptividad estimula al expositor; en el hermetismo de los estudios debe crearse el nexo con el oyente invisible, multiplicado al infinito. En suma, mi consejo a los jóvenes es adiestrarse en el arte de la comunicación. Para ello hay que cultivar el sentimiento, el pensamiento y la dicción.



[1] Escaneado y editado de un artículo publicado con el mismo nombre en “El Dominical” del diario El Comercio de 12 de febrero de 1989.

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..."Es al pueblo a quien corresponde tomar las decisiones"