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miércoles, 24 de octubre de 2007

El Perú como Doctrina

El Perú Como Doctrina

1. Pocas naciones en el mundo tienen el raro privilegio de contener en su propio suelo la fuente de inspiración de una doctrina. El Perú es una de ellas. Ha extrañado a quienes por no captar las corrientes vigorosas que emanan de nuestra propia tierra, que un movimiento como el de ACCION POPULAR haya surgido sin influencias foráneas y que, en vez de izar sus velas para dejarse llevar sin esfuerzo por vientos que se originan en los focos del capitalismo y del marxismo extremos, haya preferido los que soplan en la plaza de Wacaypata, receptáculo de experiencias y de tradiciones milenarias, corazón del sistema arterial cuyos latidos se sintieron en las regiones más remotas del Perú y de América.

ACCIÓN POPULAR es un partido nacionalista, lo que no implica que se oponga a la muy saludable cohesión hemisférica, particularmente deseada en cuanto a las naciones hermanas, que comparten similares inquietudes y anhelos. Lejos de preconizar un sistema de relaciones que conlleva inconvenientes y excesivas subordinaciones, el partido favorece un intercambio que sea la suma de los nacionalismos internos que, a su juicio, nuestros países requieren para salir adelante y superar el atraso que los agobia.

Ante este dilema de extremos, ACCIÓN POPULAR ha proclamado, desde su origen, la tesis sintetizada en la frase “El Perú como Doctrina”..

¿Y cual es el concepto doctrinario que encierra la palabra Perú, que nutre filosóficamente el movimiento que hemos creado?..

2. EL PERÚ es un país de topografía difícil y abrupta, que ha constituido y constituirá siempre un verdadero reto al hombre que lo habita, y que en cierta manera ha forjado la recia personalidad de ese peculiar personaje de los andes.

La cordillera nos ofrece el contraste de nieves en el trópico.... La altitud por un lado, y la corriente Peruana por otro, son factores que compensan climáticamente la latitud... y solo en la región andina se crea un habitad ecuatorial por encima de los cinco mil metros sobre el nivel del mar. Se trata pues, de El arquitecto Fernando Belaunde Terry nació en Lima el 7 de octubre de 1912. Inició sus estudios primarios en Lima, los secundarios en Paris y se trasladó a Miami a iniciar sus estudios universitarios que culminó en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Texas, en Austin, el año 1935. Luego de ello, se mudó a México, donde su padre se desempeñaba como embajador del Perú. Había aceptado el encargo del presidente Oscar B. Benavides, quien gobernaba tras los tumultuosos tiempos que siguieron al “año de la barbarie”.

En la capital mexicana, inició su práctica profesional colaborando con arquitectos locales. Se asentaba la Revolución iniciada en 1911 y ésta había logrado despertar en la cultura y el ánimo nacionales un hondo sentimiento de orgullo por las raíces autóctonas del pueblo mexicano. Un intelectual destacado, José Vasconcelos, ministro de Educación unos años antes, había tenido una gravitación determinante en el asentamiento de este fenómeno. Fueron años de encendido entusiasmo para gruesos sectores de la sociedad a los que llenaba de euforia, entre otros acontecimientos espectaculares, el colorido dramatismo plástico de los muralistas. Sin duda, tiempos y escenarios auspiciosos para inaugurarse como arquitecto.

De regreso en Lima, el año 1936, se encontró con una profesión integrada por un puñado de personas formadas, casi todas , en el extranjero. Había que fundar, con ellas, una profesión virtualmente desconocida en el Perú. El reducido grupo de arquitectos en ejercicio era muy distinguido. Ello no obstante, los proyectos se importaban directamente privilegiando los estilos imperantes en Europa.

En el oeste de los Estados Unidos había empezado a imponerse una arquitectura que eventualmente se denominó “California” pues sus características formales provenían de las viejas misiones franciscanas asentadas en California. Se trataba de una arquitectura de raíz andaluza, de muros estucados, techados con tejas y adornada con románticos balcones de madera. A primera vista, sus orígenes hispanos y su acoplamiento a la geografía y al clima de California (en muchos sentidos similares a los de la costa peruana), sugería un camino por explorar. Seguramente debido a ello, en sus primeros trabajos profesionales puede apreciarse una notable influencia de la tendencia “californiana” a la que, posteriormente, se sumaron otros profesionales destacados como Enrique Seoane Ros y Augusto Benavides.

De esta época quedan algunas casas en la avenida San Felipe, en calles cercanas a ella y en Miraflores.

En agosto de 1937 fundó El Arquitecto Peruano, revista destinada a difundir las opciones y las ideas de la arquitectura, el urbanismo y el diseño interior. Se mantuvo al frente de ella por 26 años, hasta julio de 1963, circunstancia en la que le correspondió asumir la presidencia de la república por primera vez.

Su primera construcción importante fue el edificio Ferrand, ubicado en la avenida Wilson (hoy Garcilazo de la Vega). Se trata de una propuesta audaz pues, aprovechando del vértice de un terreno triangular, propuso una planta semicircular que producía un volumen en forma de tambor. Unas bandas horizontales de alfeizares y ventanas evidenciaban su incursión en el modernismo. Generó resistencias esta propuesta estimada excesivamente llana y finalmente, se encargó a otro arquitecto reformular la fachada en un lenguaje más clásico y convencional. Tiempo después, Enrique Seoane fue comisionado para proyectar un edificio al frente de éste. Optó por una planta convexa para entablar un diálogo formal con su vecino. El conjunto constituye uno de los rincones urbanos mejor logrados de la Lima de los años 40.

Cristobal de Losada y Puga, entonces decano de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Católica, lo llamó a enseñar urbanismo. Lo inició así en la enseñanza, tarea que despertó su pasión y a la que consagró buena parte de su vida. De allí pasó al departamento de Arquitectura de la Escuela de Ingenieros. Al poco tiempo asumió su dirección y poco después, logró convertirla en Facultad, independizándola de los estudios de ingeniería. La enseñanza constituyó un medio invalorable para su conocimiento del Perú y sus necesidades. Orientaba a sus alumnos de ingeniería, sobre todo cuando llegaba el momento de acometer el proyecto de Grado, a estudiar problemas vinculados con el interior del país. Apelaba a los orígenes provincianos de buena parte de ellos para inducirlos a pensar en obras que pudieran beneficiar a sus pueblos de origen. Como consecuencia de ello, fue haciéndose de un rico “dossier” de proyectos integrados de represas, puertos, puentes y carreteras. Estos profundizaron su conocimiento del país y sus necesidades. Más adelante, formarían parte de su programa de gobierno.

Antonio Zapata, un historiador acucioso, ha escrito un libro muy interesante denominado “El joven Belaunde”. En el sostiene que El Arquitecto Peruano constituyó para FBT el instrumento mediante el cual fue explorando y anticipando su propio destino. Sin duda acertada, esta tesis estaría incompleta si no se reconociera la fuente que constituyeron los trabajos universitarios. Juntas fueron como dos piezas complementarias que articulaban un mismo propósito. Como en algunas fábricas de alimentos, de un lado el laboratorio exploraba el nuevo producto y de otro, la “sala de degustación” ponía a prueba su viabilidad y aceptación. En el proceso esos “productos” se iban convirtiendo primero en promesa, luego en posibilidad y finalmente en expectativa y programa.

Su curso en la Facultad de Arquitectura se denominaba “PNV” ( la denominación abreviada proviene, seguramente, de su recuerdo de Franklin Roosevelt, el hombre que llegó a la presidencia a inicios de su estadía universitaria en Texas. Roosvelt enfrentó la gran depresión iniciada en 1929 con una variedad de programas audaces a los que identificaba por sus iniciales; AAA, WPA, NRA, etc ) PNV quería decir Problema Nacional de la Vivienda. Difundía en él las ideas más avanzadas en materia urbanística y habitacional concebidas, principalmente, en Inglaterra. Entre ellas, resultaba particularmente relevante la idea de la “ciudad jardín” de Ebenezer Howard de las que provinieron las “unidades vecinales” que desde la UV3 de 1947 hasta la “Ciudadela Santa Rosa” de 1984 constituyen testimonios admirables de su valioso legado en esta materia.

En 1945 postuló a una diputación por Lima, integrando las listas del Frente Democrático Nacional que postuló Don José Luis Bustamante y Rivero a la presidencia de la República. Elegido diputado, tuvo una fecunda gestión parlamentaria en la que se gestaron las leyes más relevantes respecto del planeamiento, el urbanismo, la vivienda de interés social y la propiedad horizontal.

En 1956 fue candidato a la presidencia de la República por primera vez y, no obstante que su candidatura se gestó pocos meses antes de la elección, adoptó una opción de radical oposición al gobierno de entonces y no contó con el respaldo de ningún partido organizado, quedó en segundo lugar, muy cerca del candidato triunfante. Volvió a postular tres veces más: en 1962 (proceso electoral anulado por el golpe militar), 1963 (en el que se hizo de la victoria) y 1980 (en que fue electo por segunda vez). En total, gobernó el Perú por diez años, 2 meses y 4 días.

Su consagración política determinó que se apartara del ejercicio de la arquitectura. Fue una lástima para la profesión y una suerte para el país. Dignificó la vida política, condujo la atención nacional hacia los pueblos marginados y el aprecio de las tradiciones milenarias de una cultura sobresaliente. La arquitectura perdió a uno de sus miembros más lúcidos y más llenos de iniciativa y capacidad de convocatoria. De los 46 años que entregó al servicio del país, 10 estuvo en el gobierno y 10 en el destierro (enseñando en universidades norteamericanas). Los otros 26 años, plazo simétrico al de su dedicación a El Arquitecto Peruano, los ocupó estando “en campaña”. Ella consistió en un intenso peregrinaje de “pueblo por pueblo” en el que asumió la tarea de alentar en la ciudadanía orgullo por su historia, confianza en sus propias tradiciones y fe en su capacidad de atender y hacer frente a sus propias necesidades.

En sus años de juventud había contribuido a la fundación de la Sociedad de Arquitectos del Perú; había iniciado con Luis Dorich y Luis Ortiz de Zevallos, la enseñanza del urbanismo en el Perú; había construído el local de la facultad de Arquitectura de la UNI con donativos y jornadas de trabajo compartidas con profesores y estudiantes; había creado el Instituto de Planeamiento de Lima, una escuela de post grado interamericana, con apoyo de la OEA y de la Universidad de Yale, con sede en la UNI, a la que concurrían estudiantes de toda América Latina; como diputado había creado la Corporación Nacional de la Vivienda y la ONPU (Oficina Nacional de Planeamiento y Urbanismo); había soñado con la arquitectura como una profesión que liderara el desarrollo del Perú. Muchos nos contagiamos de ese sueño. Fueron nuestros años más intensos.

Ahora que ha partido, quedan los recuerdos de su calidez, de la abundancia de sus ideas y sus obras, de sus palabras hermosas y estimulantes, de su entusiasmo que provenía de alguna misteriosa fuente, de su permanente estado de inquietud que parecía originado en una profunda convicción: “no hay tiempo que perder: la vida pasa muy de prisa y no va a dejarnos oportunidad suficiente para todo lo que podemos servir”.

Falleció en Lima el 4 de junio de 2002, cuatro meses antes de cumplir los 90 años. Un territorio excepcional, distinto a todos, con comunicaciones difíciles y enormes áreas inexplotadas. Y esta tierra sui-géneris ha producido también un hombre sui-géneris. El territorio, factor fundamental, no está aquí como en otras civilizaciones a favor, sino en contra del hombre. No es, como Egipto, un valle fértil y acogedor el que lo define, sino una cordillera áspera y empinada. Y, sin embargo, los andes implacables fueron cuna, como el nilo fecundo, de una civilización inmortal.

La tierra es la misma y el hombre ha cambiado poco, siendo el factor aborigen el elemento dominante en el mestizaje que tajo la colonia. Debemos adentrarnos en los misterios de esta tierra y de sus habitantes que a través de las distintas épocas, lograron imponérsele, para continuar su obra inconclusa.

3. EL CUZCO, modelo de capital, no sólo se originó en un rito de fundación tan poético y expresivo como el de las ciudades PRE-helénicas, sino que fue estructurado como reflejo físico y humano de todos sus dominios. Forjó su carácter metropolitano adaptándose, antes que imponiéndose, a la realidad de las regiones que día a día se colocaban bajo su clarividente orientación. La ciudad así formada a imagen y semejanza de los pueblos que congregaba, parecía ser una miniatura que contenía la síntesis de las cuatro regiones, en la que cada una de ellas contribuía con su aporte viviente de puñados de tierra y hombres, simbólicamente presentes, para hacer de su ágora central el foco de una civilización.

El Perú no es completamente Tahuantinsuyo ni completamente España, simboliza el mestizaje que define su indiscutible realidad actual, por ello, han fracasado todos los intentos de soslayar esta realidad.

Del pasado han quedado cinco legados básicos irrenunciables, relacionados con la tierra, el planeamiento, la cooperación popular, el mestizaje y la justicia social.

I. Un ideal de justicia Agraria:

Toda la prosperidad, el adelanto y la justicia social del Perú antiguo se originaron en una premisa básica: que a cada consumidor correspondiera una unidad de superficie agrícola para su sustento. Esa unidad, el tupu, tenía un área de 3,000 a 3,500 metros cuadrados. Además tenían las tierras del sol y del inca, fuentes de recursos de la religión y el estado, que se tomaban en casos de adversidades: sequías, inundaciones, plagas, catástrofes.

El crecimiento vegetativo de la población obligaba necesariamente a la incorporación de nuevas áreas, sea por medio de la irrigación o por la creación de nuevas áreas laborables a base de andenerías, que alguien ha comparado en su monumentalidad a las pirámides del antiguo Egipto. El problema vital de la subsistencia estaba resuelto, pudiendo decirse que: en el antiguo Perú cada nuevo latido de vida humana se sincronizaba en la tierra con un nuevo brote de vida vegetal..

La relación hombre-tierra es la clave de la prosperidad de los pueblos. Practicar este principio tan saludable obligó a los antiguos peruanos a adoptar una estructura orgánico-celular que tuvo su remoto origen en el ayllu, y que empezando con una chunca, que es la reunión de diez familias, lograba un desarrollo piramidal en la pachaca que lo es de cien y en la waraca, el núcleo básico de mil familias, que correspondería hoy a lo que en planificación moderna se llama escalón parroquial o unidad vecinal. La base de la pirámide seguía anchándose en forma decimal hasta alcanzar al más anónimo de los habitantes de la más remota de las regiones. Tal estructuración facilitó la estadística censal, permitiéndole paralelismo en la dinámica de la tierra frente a la dinámica demográfica.

El ejercito de esta norma exigía una constante transformación del medio geográfico que hizo del Perú un precursor del planeamiento regional, hoy tan en boga. Se caracterizó el imperio por su indomable espíritu de empresa y su pujante capacidad de trabajo organizado y colectivo. Por eso Hyams ubica a los antiguos peruanos entre los pueblos “Constructores de tierras”.

La diferencia sustancial entre la comunidad agraria del pasado y la del presente radica en la destrucción del paralelismo hombre-tierra. Hoy día, la comunidad indígena tiene linderos rígidos y el crecimiento de la población ha superpoblado la tierra, pauperizando y desnutriendo al campesino. Para que el espíritu de asociación que está tan arraigado en la sangre del aborigen produzca resultados satisfactorios, hay que encontrar un camino hacia el expansión de las áreas agrícolas.

“Tuvieron ley agraria, que trataba de dividir y medir las tierras y repartirlas entre los vecinos de cada pueblo, lo cual se cumplía con grandísima diligencia y rectitud”... “Anota Blas Valera, al referirse a los antiguos peruanos. Ostenta pues, nuestro país una vieja tradición como forjador de la justicia agraria.

La irrigación y la colonización vial que propone ACCIÓN POPULAR, permitirán sincronizar la expansión de las áreas laborables con el crecimiento vegetativo de la población, deteniendo la proliferación del minifundio que está hiriendo de muerte a una apreciable parte de nuestra agricultura serrana.

La gran lección del pasado, lo que hace admirable al Perú de ayer, es su capacidad para espiritualizar lo material, proclamando el derecho a una tierra aún inexistente, y convirtiendo ese propósito, por la firme voluntad de servir a la colectividad, en campos de cultivo y en nuevas tierras creadas por la mano del hombre.

II La necesidad Ineludible de la Planificación:

La segunda lección que recogemos del pasado es la necesidad de estudiar y conocer a fondo el territorio. Los cronistas nos hablan de los minuciosos modelos que los antiguos peruanos hacían de las distintas regiones, lo que presupone la existencia en la cartografía. Asimismo, al referirse a la red vial, nos dicen que los pueblos la construirán con estricta fidelidad a lo que estaba “pintado”, es decir que la planificación de caminos había sido cuidadosamente pensada.

Para asegurar el área agrícola de sustento, que daba a la tierra un dinamismo paralelo con el crecimiento demográfico, se imponía un profundo conocimiento del medio y un sentido de previsión, a fin de prepararlo a alimentar siempre a su creciente población. El imperio nos ha legado una tradición planificadóra, en la que complejas y monumentales obras de irrigación o atrevidas andenerías venían a suplir el déficit de tierras cultivables, espontáneamente brindadas por la naturaleza.

La semilla del planeamiento se encuentra en nuestro propio suelo, dado que, después de todo, el planeamiento no es sino una gran coordinación de soluciones, la armonía de todos los pasos que se dan para que no se cree un movimiento caótico, en fin, la resultante de todas las fuerzas que tienden hacia un objetivo. Y nosotros tuvimos en dl pasado esa coordinación y esa meta. El objetivo fundamental que se perseguía era el equilibrio hombre-tierra. Un objetivo aparentemente material, pero esencialmente espiritual, porque buscaba la justicia y el bienestar, porque perseguía la eliminación del hambre o sea la pobreza en su forma más cruel, y porque tendía al abastecimiento pleno, igualitario o equivalente, de todos los miembros de la comunidad y del imperio. Y este gran objetivo social requería un prolijo trabajo y una profunda sistematización en la acción del gobierno, pues no podría haberse dado tierra proporcionalmente al número de habitantes, ignorando ese número, siempre en aumento, que exigía áreas crecientes y a su vez minuciosos registros estadísticos.

ANIDAMOS, efectivamente, en el Perú, una sabia distribución de la tierra. La norma más benévola y mas generosa sobre el usufructo de la tierra, fue implantada en el territorio más hostil y difícil y no tiene parangón en el universo. Sólo el planeamiento y el trabajo comunal organizado pudieron dominar esta geografía tan rebelde. De ese esfuerzo continúan, palpitantes, los viejos hábitos de la minka y el ayni trabajo en común, ayuda mutua o cooperación cívica, sin los cuales no habrían sido posibles los caminos del Inca ni las grandes obras de expansión agrícola.

La tradición vial del Perú es un legado que no podemos tampoco desaprovechar. Mediante los caminos del Inca se logró la unidad andina que no ha podido ser mantenida ni restaurada en la república... Recordemos que la unidad nacional es la suma de las unidades regionales y que resulta muy grave para una nación como el Perú, la pérdida de la unidad de la Sierra, que es el granero para su abastecimiento y un verdadero vivero de hombres para desarrollar otras zonas.

En el antiguo Perú la estrecha relación entre el camino y el tambo contribuyó a asegurar el abastecimiento. La vialidad y la agricultura se mantuvieron hábilmente coordinadas. Los graneros, siempre colmados con el producto de las tierras del sol y del Inca eran, así, accesibles en cualquier emergencia... El tambo debería tener en el Perú moderno su reflejo en flamantes hambrunas que padece nuestro pueblo... Las sequías en los departamentos del sur, nos han mostrado, patéticamente, lo que significa el haber interrumpido la práctica de una previsora política de abastecimiento.

SIENDO la red vial incaica lo más admirable que en materia de ingeniería nos ha legado el pasado, es útil revisar la historia para ver cómo se logró su construcción y para comprobar que en la difícil topografía andina el camino es factor indispensable de la agricultura. Por consiguiente, debemos recordar la impostergable necesidad de que el Perú continúe la tradición vial, porque como lo señala Gerbi “el camino avanza tenaz, creando al propio tiempo que es creado, revelando la patria a sí misma”.

Que hermoso es dirigirse a los pueblos humildes del Perú, y a la vez tan señoriales, haciéndoles ver que la idea moderna de la planificación, que aparentemente es una idea foránea, en realidad está emparentada con su propia cultura. He tenido la satisfacción de ver en los rostros de mis oyentes, tanto en el salón de clases como en las plazas públicas, con cuanto entusiasmo reconocían en el planeamiento moderno un parentesco cercano con sus propios hábitos, con sus aptitudes y con sus propias inclinaciones. Por eso y muchas otras razones, soy un ferviente partidario de la idea planificadóra y es que tratamos de cultivar la semilla que encontramos en la sociología del Perú, como lo hacen a veces los huaqueros, que al excavar una tumba milenaria, encuentran algún viejo producto agrícola semipetrificado, lo siembran de nuevo y este producto vuelve a florecer.

III La tradición Cooperativista.

El antiguo Perú nos sugiere, también, un régimen de propiedad que está en boga en las más progresistas naciones del viejo continente. Me refiero al cooperativismo. Los antiguos peruanos no eran comunistas, sino cooperativistas. A diferencia de lo que ha ocurrido en otros regímenes –en un régimen de propiedad plenamente individual de la tierra o n un régimen comunista en que la tierra pertenece totalmente al estado- en el antiguo Perú la división de la tierra encierra un profundo mensaje económico y social: tierras del Incas, tierras del Sol, Tierras de la comunidad.

Las tierras del Inca constituían la participación del ciudadano en la marcha del estado. En buena cuenta es lo que los norteamericanos de hot llaman con cierta preocupación y protesta “income tax”, dado que en un sistema no monetario como el de entonces, el hombre pagaba sus tributos trabajando para el estado en un obra útil, dándole así a la nación un beneficio tangible, no como ocurre ahora con nuestro imperfecto sistema tributario, que en muchas veces se aplica con acierto y otras se despilfarra o desperdicia, según haya o se carezca de aptitud y honestidad en los gobiernos. En aquel tiempo, el tributo se daba directamente en trabajo, sea para la formación de tierras o para la construcción del camino, cuyos frutos se almacenaban en los tambos o colcas, rítmicamente esparcidos a lo largo de todo el sistema vial del imperio. Eso tambos se asemejan a nuestros actuales Bancos de reserva, que guardan en sus bóvedas el respaldo en oro de la moneda, más en ellos, no habiendo moneda, la vieja economía tenía el respaldo del trabajo en productos agrícolas y cosas.

Las tierras del sol son el mejor testimonio del sentido místico de esta raza. Su diario y permanente agradecimiento a la naturaleza y a los misterios de la creación...

Las tierras de la comunidad, nos dan una justa medida de lo que se ha tratado en llamar “el imperio socialista de los incas”, señalándose que se trataba de un socialismo muy propio, muy peruano, distinto a lo que habría de venir después, las tierras no del estado sino de la comunidad. Es que nuestra geografía determinaba la necesidad de una propiedad comunitaria, pues aquella vieja economía exigía el trabajo en común, el cooperativismo.

Se respetaba entonces la propiedad comunal de la tierra y el cultivador disponía del usufructo de ella. Existía, además, la propiedad privada del árbol frutal y de la casa, y el Inca otorgaba propiedades por servicios distinguidos. LO QUE NO EXISTÍA ERA LA ESPECULACIÓN PARTICULAR O ESTATAL DE LA TIERRA. El estado y el culto disponían de sus propias extensiones, pero respetaban plenamente las tierras de la comunidad, es decir, de la virtual cooperativa que formaban y siguen formando los ayllus. El aporte del moderno cooperativismo europeo ha de perfeccionar nuestro arcaico pero vigoroso cooperativismo autóctono.

En efecto, este país de tanto equilibrio, de tanto sentido creador, se anticipó a las doctrinas de prosperidad. Se anticipó al cooperativismo, doctrina económica y no política, pero que define al antiguo Perú; se anticipó al socialismo, la idea de un estado planificador, sin que nacionalizase toda la tierra; solo la del Inca pudo considerarse nacionalizada, pero fue más importante la tierra de la comunidad, que se regía por normas cooperativistas y, sobre todo, fue importante la tierra del sol.. se combina así las dos tendencias político-económicas que habrían de disputarse el favor de las multitudes en la Europa del siglo XIX. Se toma del espíritu socialista, la idea de justicia y planificación en cuanto a la tierra que sustenta, y se toma de la idea liberal, la propiedad privada de la casa, del árbol frutal... Afin de conciliar los dos extremos, y para hacer que todo funcione, una planificación integral que penetraba en los secretos de la hidráulica, del riego y de la topografía. Todo esto constituye un aporte fundamental de los antiguos peruanos, porque está ahí la idea planificadóra, la idea cooperativista y una conveniente equidistancia entre el rigor del sistema socialista y la flexibilidad del sistema liberal.

IV. El mestizaje en todos sus aspectos.

El atraso y la decadencia de nuestros antiguos villorrios y pequeñas ciudades es una prueba irrefutable de la impotencia de los sistemas económicos y financieros vigentes, que alejados de la realidad se han venido implantando en el Perú como un exótico e irreflexivo transplante de sistemas extranjeros. Grandes zonas del país se encuentran intocadas por la acción estatal orientada al desarrollo económico, pero siguen practicando la acción comunal, y si no construyeran las comunidades con sus propias manos sus caminos y sus escuelas, estarían sumidas en la más deprimente incultura y en el más completo aislamiento.

Mientras una economía monetaria, son suficientes recursos financieros no se encuentre en plena capacidad para sustituir la acción popular en su forma primitiva y simple, sería insensato prescindir de ella, como lo sería, igualmente, dejarla sola, negándole orientación e impidiendo una incorporación más acelerada, objetivo no desdeñable pero no muy próximo.

Un período de transición, en que bajo atinada dirección técnica se junte el esfuerzo de los brazos comunales con el caudal de nuestros recursos monetarios, creará ese tonificante mestizaje de la economía que hemos propuesto, hijo así de sistemas arcaicos que no han desaparecido y de métodos modernos que no han sido incorporados plenamente.

RECORDEMOS: el colonizador español, pasado el primer impacto violento de la conquista, supo apreciar mucho los aspectos fecundos encontrados en suelo americano, y utilizó algunas instituciones autóctonas para facilitarse las tareas de gobierno durante sus tres siglos de dominio. Ese largo período afianzó el mestizaje cultural que, más tarde, heredó la República. Es hora de extenderlo benéficamente al campo de la economía.

EVIDENTEMENTE, el Perú se transforma con el choque de la cultura occidental que significa, fundamentalmente, la ruptura del aislamiento, la evangelización, son su inmenso aporte cultural y espiritual, la incorporación a un imperio asentado en gran parte del Universo, donde se propaga el idioma castellano que, entre otras ventajas, difunde el legado PRE-colombino. Nos trae, además, un marcado adelantado tecnológico. Desde que se produce el impacto, quedamos interconectados con el mundo y nuestra cultura deja su ruta solitaria para marchar acompañada por otras, que la nutren y tonifican.

BASTA mirar, por ejemplo, las páginas de la historia o los viejos mapas continentales, que quizá no tenían una gran precisión topográfica, pero sí un profundo contenido nacional, para apreciar en toda su grandeza la vieja vocación integradora del Perú. La vieja misión cuzqueña, la primera capital del continente sudamericano, supo irradiar un mensaje civilizador y atrajo a su seno pueblos lejanos saje civilizador y atrajo a su seno pueblos lejanos no en busca de botín, sino de unidad del idioma, de fe, de cultura. Y el Perú de ayer hizo el milagro que todavía espera la América de hoy, el de crear la unidad en cinco repúblicas que hoy están divididas y que antes, por obra del genio y de la emoción del hombre andino, tuvieron la virtud de unirse, colocando la piedra angular de la futura integración continental.

LA palabra Perú, que para nosotros encierra en sus dos sílabas toda una doctrina, es símbolo de mestizaje. Comenzó a emplearse en la conquista, puede decirse que se dejó escuchar al mismo tiempo en que, por primera vez, se oía el llanto de los recién nacidos, fruto de la fusión de sangre de conquistadores y conquistados. El vocablo tan lleno de leyenda del Tahuantinsuyo pasó a ser un recuerdo histórico en cuanto los españoles lo sustituyeron por el nombre del Perú. Y el mestizaje de la sangre, sustento moral y material de la nueva nación, tuvo frutos igualmente fecundos en todos los campos.

La arquitectura produjo monumentos coloniales que no eran plenamente españoles. A menudo los apoyó sobre las sólidas bases del templo pagano y si bien su espíritu era predominantemente europeo, se observaban con nitidez las huellas del trabajador nativo y la expresión artística de la flora y la fauna locales.

La pintura no se sustrajo a esta regla y la escuela cuzqueña empleó, con igual habilidad, la paleta multicolor del cuadro renacentista cristiano y el pigmento dorado, que aportan al cuadro religioso los reflejos del sol, venerado por os antiguos peruanos, que parecía extinguirse en un crepúsculo de divinidad.

La religión que proclama la igualdad entre los hombres fue factor fundamental en la fusión de las dos razas y, por lo tanto, asimiló ella misma los efectos del mestizaje. Los misioneros tuvieron cuidado de no imponer bruscamente su doctrina. Con sensibilidad de buenos cristianos usaron pacientemente de la persuasión y tradujeron al quechua el evangelio. Tostado por el fuego de la ofrenda, cristo se hizo indio en el crucifijo de los temblores, y la virgen se presentó morena en los santuarios andinos. Prevalecen aún notas paganas en el culto del altiplano, transferido del sol, al Dios que lo creó.

Y en todas las manifestaciones folklóricas ocurre el mismo fenómeno: se produce un mestizaje evidente. Y allí donde se acepta y ser asimila la realidad mestiza del Perú se obtienen resultados valiosos en originalidad y creación. Allí donde se rehúsa admitirla es donde encontramos lo exótico, lo inapropiado y, lo que es más grave, donde comprobamos la impotencia para enfrentar y resolver las grandes cuestiones que preocupan al país.

En la historia de todo pueblo hay grandezas y miserias. El nuestro no escapa a la regla. Pero nosotros vemos en nuestro pasado más virtudes que pecados, más abnegación que egoísmo, más amor que desamor a la patria. Y con cuanta consternación hemos escuchado, una y otra vez en estos años, frases que condenan el pasado de esta tierra forjada en el dolor y la esperanza.

Nosotros estamos orgullosos del pasado peruano. Veneramos a la patria por sus aciertos, sin ofenderla por sus errores.

Estamos orgullosos de nuestras viejas raíces y, los que ya peinamos canas, del más reciente legado: la tumba fecundada de los padres.

Es en esas raíces y en su atávica devoción al país que las nuevas generaciones deben cifrar todo su anhelo de florecimiento del provenir nacional.

V. La justicia social.

La justicia social es idea nativa en el Perú. Refieren los cronistas que los antiguos peruanos “salían a sembrar y a cosechar –antes que las tierras del inca y del sol, o de la comunidad,-las que pertenecían a las viudas, los huérfano, los ancianos, los enfermos y los inválido... porque todos tenían derecho al mismo nivel de vida en la comunidad”. Consecuentemente, porque la justicia social es idea nativa en el Perú, la histórica implantación de la seguridad social, no marca el inicio sino el reencuentro de un pueblo con su propio destino.

Hay que agregar a ello, el hecho único –como lo ha notado el planificador alemán Hilberseimer- que en el antiguo Perú la familia se enriquecía con el nacimiento de cada hijo, ya que su derecho a la tierra se ampliaba con ese motivo y la prole contribuía y ayudaba a los padres en la obtención del tributo que debía brindarse al imperio. La justicia agraria, afianzaba y apuntaba sabiamente a la familia, pues tenían bien precisados su derecho a la tierra.

A la vez, la amenaza de sequías y plagas era atenuada ante los depósitos reales, de lo tambos y colcas, colmados con sabia prudencia de víveres y ropas.

ASIMISMO, el peligro de la invalidez estaba contrarrestado por una política previsora de justicia social. Antes de la llegada de la cultura europea a estas costas, ya existía una consideración especial por el hombre que se invalida en el trabajo. Nos enseña que el hombre que se incapacita tenía derecho a mantener el mismo nivel de vida de antes de su desgracia. Y así, nos dicen los cronistas, que la comunidad entera trabajaba para que ese hombre, accidentado parcial o totalmente, pudiera disfrutar de una vida digna.... Debemos volver a la doctrina del antiguo Perú y proclamar que el hombre que se accidente en el trabajo, tiene derecho a un respaldo permanente de la comunidad nacional para que pueda mantener el mismo nivel de vida que tuvo cuando se encontraba en plena actividad.

Y en el orden moral, hay que añadir al concepto básico de la dad o ayuda mutua, piedra angular del edificio ideológico de Acción Popular, los preceptos fundamentales, maravillosamente sintetizados en las palabras: Veracidad, Honestidad, Laboriosidad. ¡Qué normas más tonificantes espiritualmente!. La proscripción de la mentira y del robo y la proclamación del culto al trabajo, es decir, la meta de la ocupación plena.

El hombre peruano puede ser definido como el filántropo del bien común. Tenemos un pueblo que sabe trabajar desinteresadamente por el bien de la comunidad...Allí está la verdadera esperanza del Perú, porque éste es el legado de sus tradiciones, de un pueblo que hizo por sí mismo su propia grandeza pretérita... porque la historia nos ha dado esa lección, que todo lo grande que se hizo en el pasado, se llevó a cabo por esfuerzo propio, a base de espíritu comunal, de desprendimiento popular, de solidaridad.

Anduvieron errados los que pretendieron negarle a ACCIÓN POPULAR la luminosa posibilidad de construir un partido político con la inspiración de “EL PERÚ COMO DOCTRINA”.

FERNANDO BELAUNDE TERRY

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