Devoto de la constitución
Dr. Luis Bedoya Reyes
Fundador del Partido Popular Cristiano
Cuando me invitaron a participar en este homenaje a don Fernando, pensé en el clásico discurso académico, pero reflexioné: ¿de quién se trata? Se trata de un hombre que por título propio ha entrado a la historia y a quien, desde hoy, la historia sabrá juzgar. Pero la historia no sólo puede y debe escribirse sobre la base dela información conocida, pública, a partir del dato cierto que viene de una memoria, una exposición o una crónica.
Para que la historia referida a una fuerte individualidad que ha gravitado en el destino de millones de hombres sea completa, es necesario que esa historia se abra pero que se abra para conocer la intimidad, la profundidad cierta del hombre de quien estamos hablando, y entonces pensé: antes que escribir y leer más vale dejar libre a la espontaneidad, los recuerdos, lo que de él te consta, lo que cerca de él viste, sentiste, experimentaste. Y entonces decidí: librea lo espontáneo porque lo que brota así tiene la autenticidad de lo íntimo y de lo sentido.
Hay en Belaunde varias facetas muy propias que han ido mostrándose conforme su vida ha transcurrido. Hay una que siempre me impresionó porque debió aposentarse en él desde la infancia. Siempre fue un hombre orgulloso de su alcurnia y en ella vivió pero simultáneamente sintió la química de atracción recíproca con el pueblo. Nunca abandonó la prosapia de su apellido, la distinción en las maneras, el buen vestir, la elegancia en la frase. Arquitecto por vocación, la euritmia, el equilibrio, era su ley y sin perder ni disimular alguno de esos atributos se desplazaba entre masas humanas y la dirigía como si fuera su natural hábitat.
Belaunde fue un hombre que en todo instante mantuvo el orgullo de sus orígenes arequipeños y de sus apellidos de ancestro: Belaunde y Diez Canseco; y de ellos conoció y aprendió en la voz de su padre durante el largo destierro decretado por la dictadura de Leguía el año 1924. Niño aún, huraño y rebelde, llega a Francia y no es en el Liceo donde va a recibir conocimientos sobre el Perú, sino de su padre quien marca en él –en mi concepto- el más grande y el más profundo de los sellos. Esta docencia constante de don Rafael acompañó a Belaunde a lo largo de su primer gobierno no sólo en el consejo frente a los desafíos que enfrentó ese gobierno sino además en la entereza de las decisiones sugeridas. Don Rafael fue un hombre que además de quererlo entrañablemente sentía al hijo realizado en su responsabilidad. Muchas veces me pregunté: ¿ vería don Rafael en don Fernando cumplidos los sueños que más de una vez abrigó para sí?
Don Rafael debió transmitirle el orgullo del terruño, esa especie de República especial que los arequipeños han creado para sí: chacareros, no hacendados y nunca gamonales; orgullosos de tener apellidos tradicionales no hechos a base de oligarquías o plutocracias sino forjados en esa dignidad provinciana profunda, que nace de sentirse responsable por los demás, por “el común”, en una escala de dirección y responsabilidad que brota espontánea y el pueblo exige en la emergencia y la decisión y los “notables” cumplen como si fuera mandato.
Y don Fernando conoció, a través de su padre, no sólo de sus ancestros y de la tierra y tradición arequipeñas, sino que bebió historia republicana en capítulos que tendrían gravitante influencia en su vida y reflejaban la admiración reverente que don Rafael tenía por don Nicolás de Piérola y su liderazgo cívico. Y es de allí de donde nacen esos gestos realmente sorprendentes de Belaunde imaginando al “califa” entrando por Cocharcas a caballo y que él lo traduce, emocional y físicamente, en el hombre de la bandera que se levanta un primero de junio y a la dictadura le impone plazo inmodificable para que su candidatura presidencial sea inscrita.
Es el “califa” presentado en el verbo ardiente de su padre de donde debió nacerle a don Fernando esos gestos tan singulares de escapar a nado desde el Frontón, de llegar rebelde hasta Arequipa y hacer barricada con los adoquines de las calles y, ya después de ejercido el poder, de viajar desde el destierro a Buenos Aires para sorprender en Lima al Gobierno y presentarse como nuevo Piérola por Cocharcas, hasta que la dictadura lo detiene.
Igualmente, como en las cartas del “califa”, tiene esa elegancia precisa y gráfica, llena de colorido en sus expresiones: “dl pueblo lo hizo”, “el Perú como doctrina”. Francisco Miró Quesada Cantuarias ha tenido que hacer un esfuerzo filosófico extraordinario para explicarnos en un estudio excepcional –releído por mí tantos años después- como era eso de que el Perú fuese doctrina pero, sin embargo y más allá de cualquier debate ¡qué hermosa frase, qué bien cae, cómo cala en la gente! Cómo la gente sin entender la vive y es que hay adhesiones y simpatías que están mas allá de la razón, cuando al hombre con imaginación y carisma le brota la frase. Suelta una frase que liga y que pega y que nadie se ocupa de preguntar en qué consiste exactamente pero ¡qué bien suena, qué bien se siente!
Lo mismo ocurre cuando recoge la tradición de la minka y los lemas que gobernaron el imperio de los incas, después de haber recorrido el país con los muchachos que integraban el Frente de Juventudes. Anecdóticamente, recuerdo que en una manifestación de protesta que tuvimos en tiempos del segundo gobierno de Prado, Javier Alva Orlandini que estaba dentro de los que dirigían ese grupo, encontrándonos en el Jirón de la Unión, competía conmigo para ver cuál de los dos era cargado primero por sus respectivos partidarios. En esa protesta callejera y multitudinaria estábamos a la altura de la Iglesia de la Merced, cuando el médico Enrique Cipriani, dirigente nuestro y padre el actual Cardenal del Perú Juan Luis Cipriani, recibió una bala en la pierna y ahí alojada lo acompañó hasta su muerte. Fuimos disueltos por la policía a caballo en la Plaza San Martín. Hermosos momentos juveniles en los cuales va apuntando lo que después de aspirantes, llega a ser cada uno en su momento y su tiempo.
En Belaunde el “califa” inspira la belleza en las frases: “que importan gotas de mi sangre en esta plaza donde derramó la suya Tupac Amaru” dicha en el cusco al ser agredido; y esa inspiración en la frase no nace de un cálculo, de una geometría mental, nace de una espontaneidad que viene de adentro porque se siente. Eso era Belaunde, igual que el Califa pero modelado por su padre don Rafael.
Para mí, nada reúne la belleza breve y casi monosilábica de su última expresión nacida de lo hondo de su alma: “¡Espérame!”. “¡Espérame!”, le dice a Violeta el día de su sepelio, y se hizo esperar lo menos posible porque estaba dispuesto a llegar cuanto antes a encontrarse con la mujer que lo acompañó entrañablemente unida en la etapa más importante de su vida. Hay, entonces, en la biografía de las personas episodios que no resaltan publicados porque terminan cogidos por el frío relato oficial y solemne que no hace vibrar como vibra el recuerdo cuando se expresa como conversando.
Belaunde tiene esa primera herencia que lo marco todo el periplo de su vida desde el año 35 en que regresa al Perú hasta el instante en que muere. Pero este hombre tiene una extraña capacidad de ósmosis, asimila el Perú recorriendo el país, viviéndolo, sintiéndolo y durante toda la campaña con la que se inicia en la política va aprendiendo y sacando conclusiones: Perú país fragmentado, país invertebrado que tiene que organizarse y, desde entonces, visualiza la necesidad de las carreteras, la necesidad de que los pueblos del Perú a través de la comunicación, en todas sus formas, se integren porque el nuestro no es un país, sino varias naciones dentro de un territorio. No es solo la lengua, los hábitos y las creencias las que nos distancian del ande, sino que dentro del ande mismo la separación entre el norte y el sur a veces genera pueblos muy diferentes en sus costumbres. No somos una sola nación, sino somos varias naciones superpuestas, unas más profundas que otras.
Belaunde entró, entonces, a conocer en la profundidad de esa verdad cuál es la herencia real, auténtica y todavía viva del pasado prehispánico del Perú, y se inició, políticamente, alternando con capas populares que se sentían postergadas, marginadas. Fue la sencillez de su mensaje, la autenticidad de su palabra lo que convierte ese pueblo en un espontáneo liado que no lo va a abandonar a lo largo de su lucha.
Algunos historiadores han comparado a Fernando Belaunde como una segunda edición de don Augusto B. Leguía en cuanto a la obra pública. No. Belaunde entendió como Leguía que el camino era el principal factor de integración y, en su primer gobierno, fijó las rutas más importantes pero romántico, soñador al fin, ve más allá y sueña con la Marginal de la Selva. Yo supongo que Belaunde debió inspirarse en los estudios del Hudson Institude que, por los años 30, dentro de una concepción geopolítica del continente, planteó la posibilidad de un camino longitudinal que recorriera, paralelo a los océanos, todo el centro de América del Sur y que, utilizando simultáneamente vías terrestres y fluviales, pudiera conectar el Río de la plata en la Argentina con el Orinoco en Venezuela.
Ese proyecto, aparentemente irrealizable, Belaunde lo hizo en el tramo peruano y lo hizo completo. Y demostró ante la risa de algunos tontos que lo imaginaban meramente un soñador que más arriba de la longitudinal de la selva podía realmente encontrarse en el recorrido de los ríos confluentes al Amazonas, toda la direccionalidad correspondiente para terminar en el Orinoco. Y él hizo, como explorador, ese recorrido y demostró al mundo, y sobre todo a los peruanos que había la esperanza de poder alargar la Marginal de la Selva hasta el Caribe, recorriendo el Orinoco.
Hay en Belaunde, hasta en la obra pública, ese sentido especial y extraño del ensueño, de la inspiración, de no quedarse en lo común, en lo sitiamiento que se le hacía para tratar temas que evidentemente no eran de su agrado, era cogerlo a uno del brazo, llevarlo por corredores hasta terminar en el gran comedor de Palacio y mostrar ahí sus maquetas en que principalmente, su Marginal de la Selva. Enseñaba lo que estaba haciendo sin decir que no le agradaba tratar el tema del que se estaba hablando.
También hay en Belaunde una evidente decisión para llevar adelante reformas en la estructura del Estado. En su primer gobierno, y me refiero a él porque me tocó estar muy cerca del presidente como su ministro de Justicia primero y como alcalde de Lima después, su obra de infraestructura básica cambió y transformó el país en aspectos en los que el país mayormente no ha reparado. ¿Saben lo que significó, por ejemplo, la creación del Banco de la Nación?, pues que terminaba para siempre en el Perú el dominio del poder del dinero en las decisiones más importantes de la república.
Para mí su primer gobierno es subyugante, y me felicito que Alan García esté aquí ahora porque si bien la confrontación mayor fue con ellos, también nos trajo esa etapa política incomparables experiencias cívicas y democráticas. Es que esa generación y la inmediatamente anterior demostraron que en política nacional se puede ser competidores y hasta adversarios pero no necesariamente enemigos, y que la gente ideológicamente y, sin embargo, mantener la fraternidad.
Yo saludo y alabo siempre que veo reunidos en la misma mesa a personas de tanta diferencia de criterios políticos, más de una vez incompatibles. Por eso cuando me enteré que además de Valentín Paniagua –era normal que aquí estuviera- iba a venir Alan García dije: ¡qué buen ejemplo! Y por eso, Alan, te felicito públicamente.
En la generación anterior hay destacados antecedentes. El segundo gobierno de Manuel Prado, por ejemplo, también enseñó mucho al país en cuanto a buenas maneras y relación con los adversarios, aun cuando tampoco le ha sido nunca reconocido. Él llamó al gobierno a quienes habían sido sus enemigos políticos: llamó a un hombre que no quería a los Prado y marcó distancias al escribir su “Historia de la República”, Jorge Basadre, quién fue su ministro de Educación; llamó a otro hombre que estaba enfrentado a los Prado y principalmente a los de su generación, Raúl Porras Barnechea, designado ministro de Relaciones Exteriores; llamó a hombres que habían mantenido una actitud relativamente prescindente o lejana, como Víctor Andrés Belaunde y Luis E. Valcárcel; pero, sobre todo, llamó y llevó en su segundo gobierno para que manejara la economía del país a su archí enemigo, a don Pedro Beltrán.
No hemos reconocido nunca esos méritos a Prado, pero este hombre enseñó modales y formas de la democracia europea que, ojalá, fueran recogidas en la época actual cuando nadie reunía en la votación electoral mayoría absoluta, por lo que todo gobierno está obligado a concertar y entender que ya terminó la época de quienes imaginaban verse respaldados por votaciones consagratorias y ser “la última coca cola en el desierto”, como dicen los muchachos.
Belaunde comprendió muy bien la necesidad de un pacto político en 1963; y ahí sí tengo un cuasi secreto. Acción Popular y la democracia Cristiana se habían peleado muy feo, primero en el parlamento desde el año 57 y después compitiendo en la elección del año 62. Todo parecía indicar que sería imposible una aproximación.
Yo creo ahora –con el respeto que me merecen las intimidades ajenas- que ya había comenzado don Fernando Belaunde a mirar con ojos especiales a Violeta, porque el artífice de esa conjunción entre l democracia Cristiana y Acción Popular fue don Javier Correa Elías, padre de Violeta y presidente del Partido Demócrata Cristiano. Y, por lo menos yo, notaba la deferencia con que don Fernando trataba a don Javier. Lo trataba como un hombre al cual- imagino- ya miraba como el hombre que sería en algún momento su suegro. Con esa reverencia tan singular, me parecía a veces un muchacho enamorado que hacía méritos ante el padre de ella. Todos hemos vivido esas circunstancias, no importa a qué edad, pero la hemos vivido; y cuando nos entregamos, vamos amarrados de pies y manos aunque conservando siempre los hombres la última palabra, porque por algo gobernamos y manejamos el hogar, y esa última palabra rendida es: “si amorcito”.
Se ha dicho que Fernando Belaunde hizo obra de infraestructura física (caminos, vivienda, irrigaciones), pero no reforma del estado. Como decía en momentos anteriores a la llegada de Alan García, yo sí observé en Belaunde decisión, por ejemplo, para la creación del banco de la Nación , cortando las derivaciones viciosas que se habían producido, alterando el espíritu normativo que debió respetarse en el Banco Central de Reserva y en la caja de depósitos y consignaciones, señalados por l Misión Kenmerer en 1931, llamada por el Perú durante la crisis mundial de los años 30.
Con la creación del Banco dela Nación se quebró el poder político de los bancos privados que gobernaron los directorios de ambas instituciones. La plutocracia –si alguna vez existió como tal en el Perú- perdió su poder político y su capacidad de control sobre las decisiones del poder constitucional. Esta fue, en mi concepto, muy importante reforma en la estructura del Estado peruano.
Pero, donde en verdad se revoluciona política y administrativamente esa estructura es cuando –después de 40 años y corriendo todos los riesgos- convoca a elecciones municipales. ¿Qué las tenia seguras? Mentira. Y soy testigo de extraordinaria excepción, porque me pidió varias veces, siendo yo su ministro de Justicia, en el primer gabinete, que fuese candidato a la alcaldía de Lima y yo me negué con tenacidad desesperada, no sólo porque estaba muy contento como ministro, sino porque de administración municipal apenas conocía lo que había aprendido en el curso de Derecho Administrativo en la Universidad de San Marcos. Además, sin decirlo, sentía esa candidatura como una especie de capto di minucia, una disminución en mi categoría de ministro de Estado, rebajado a candidato municipal. Veía además mi muerte política, pues era fija la derrota por una razón muy simple: los votos del APRA con los de Odría, unidos ya en alianza, sumaban casi dos veces más que los votos nuestros. Finalmente acepté, gané y aquí estoy.
Políticamente, Belaunde era sufrido para el castigo y devoto de la constitución. ¡Cuantas veces golpearon a Belaunde con la censura de sus ministros! Fernando León de Vivero encabezó la lista de quienes censuraron al ministro de Agricultura porque no contestó –en una interpelación- cuánto se pagaba por el kilo de pallares en Chincha. No es que no se inmutara cuando le censuraban ministros y especialmente le dolió la censura a Trelles; sin embargo, Belaunde siempre mantuvo un gran respeto por Haya de la Torre. Recuerdo que siendo ministro por lo menos lo invitó dos veces a Palacio de gobierno a dialogar. Sabias que del APRA se puede prescindir pero contra ella no es conveniente gobernar.
¡Cuantas veces lo insinuaron sus amigos militares dar un golpecito estilo Fujimori 1922! Nunca prestó oídos. No se imaginaba a sí mismo como un hombre que pudiese traicionar lo más profundo de sus ideales y, sobre todo, que pudiera incumplir el más escrupuloso respeto a la ley y a la constitución. Y sufrió todos esos embates como sufrió lo que nuestra primera experiencia en un parlamento democrático y plural, con oposición mayoritaria que prácticamente cerraba el camino al gobierno en todo lo que no fuera convenido. No sé si en ese primero gobierno pasó por su mente disolver el Parlamento adverso; pero su voluntad, si hubiera pasado detuvo semejante idea.
Las dos reformas de Estado, la del Banco de la Nación como recuperación soberana del manejo financiero de la república y las elecciones municipales como devolución al pueblo de su derecho a elegir sus autoridades locales, fueron dos actos que transformaron profundamente la estructura del Estado y que, sin embargo, poco se ha remarcado en su trascendencia.
Lamento la brevedad tirana del tiempo que no me permite relatar sabrosos diálogos cuando nos dirigíamos a presidir e intervenir en congresos y actos célebres realizados en el Palacio Municipal, o cuando, sin más compañía que la mía, puso término después de dos horas de diálogo, en forma abrupta, dura y tajante a la reunión solicitada por los más altos dirigentes de la International Petroleum.
Pero para el análisis histórico, para que algún día se rinda tributo pleno a un hombre superior, para que no sean simplemente sus gestos externos o sus modos, para que la figura salga nítida y plena como es, a ustedes acciopopulistas que están aquí, les pido que algún día escriban lo que les conste como verdad en la vida profunda y cierta, espontánea y vital de Belaunde; para que cuando se escriba la historia con la serenidad que da el tiempo, que es el único que termina haciendo justicia, se pueda escribir con el conocimiento de quienes han relatado lo que vieron, lo que sintieron y lo que les consta.
Por eso quería venir tarde con un testimonio especial porque el derrocamiento de Belaunde en su primer gobierno es un hecho que no se origina en actos de su gobierno y que tendrá que investigarse y explicarse con la tranquilidad del tiempo y vistos los relatos ya escuchados privadamente a sus principales autores. Digo esto porque cuando en 1969 llegué a Nueva York, invitado en mi condición de alcalde de Lima, ejercicio de la función para la que fui elegido –y no sé porque, porque el día mismo de la revolución de octubre de 1969 coloqué a media hasta la bandera nacional en el palacio Municipal en la plaza de armas de Lima, lo que nunca me perdonaron Velasco y sus adlátares- invité a don Fernando a almorzar en el hotel en el que estaba alojado y llegó con Violeta.
Se sintió orgulloso de ser reconocido por peruanos que están en el personal de servicio del hotel y por algunas personas connotadas que se aproximaron a saludarle. Y entró a analizar el golpe revolucionario. Fue vehemente y enfático al sostener que su caída fue un “cuartelazo más” en la larga historia republicana de los cuartelazos, y noté que no lo agradó mi análisis de esos hechos.
Para mí el denominado “gobierno revolucionaria de las fuerzas armas” fue una revolución “nasserista” con un signo revolucionario antiimperialista, antiyanqui, tercermundista, vecino al mundo oriental, inspirado en el pensamiento y gobierno del general Nasser en Egipto; pero fue, además y quizás fundamentalmente, un golpe medido y calculado, pensando en otros horizontes y recuerdos. Vivos están muchos militares que participaron y habría que preguntarles por qué hicieron una revolución ambivalente.
Lo único que si puedo decir ahora como testimonio es que cuando desde Lima, y con calificados dirigentes populistas y apristas de esa hora, intentamos comprometer a militares en un contragolpe, absurdo en ese momento por las dimensiones contrapuestas, siempre encontramos la misma respuesta final en oficiales generales: “quien vaya contra esta revolución es traidor a la patria para nosotros”. Sostengo que nuestros historiadores y politólogos quizás por prudencia, todavía no se han puesto a investigar a fondo cuáles fueron las verdaderas motivaciones del derrocamiento de don Fernando el año 1968.
En la vida política de Fernando Belaunde hay tres etapas: las dos primeras con un mismo signo, que fue el retorno a la vida democrática y su afianzamiento institucional. En ese aspecto su segundo gobierno, que algún día analizaremos, fue más rico que el de 1963 – 1968. La tercera etapa política de Belaunde fue la de su magisterio como patriarca, con una autoridad que el pueblo le concedió sin voto y por acto de reconocimiento unánime.
Belaunde ocupó por derecho propio lo que el pueblo ya había reconocido en otros dos patriarcas y desde posiciones muy diferentes: la de don José Luis Bustamante, cuya palabra siempre fue docencia y cuya conducta siempre fue ejemplo, y la de Victor Raúl Haya de la Torre que, anciano ya, entrega su vida en la asmblea constituyente y ayuda al Perú a salir de otra dictadura, que había durado también diez años y que ya en su ancianidad recoge el respeto de su pueblo por la sinceridad de su palabra, por su entrega permanente a los ideales que vivió y transmitió, y en los que murió ejemplarmente.
Si Fernando Belaunde, José Luis Bustamante y Víctor Raúl pudieran hablarnos en este momento seguramente nos dirían: “Déjense de homenajes y asuman responsabilidades porque el Perú esta en peligro”.
Y encontrándonos aquí hombres representativos de la herencia política y moral que esos tres hombres nos legaron, podríamos preguntarnos –y esto lo digo a titulo estrictamente personal, y se lo digo a Alan García y a Valentín Paniagua aquí presentes con esa misma espontaneidad que he procurado mantener a lo largo de esta exposición -: ¿ no tienen ustedes la sensación de que es la democracia la que está en peligro, que es el sistema democrático el que está en el escrutinio popular y no solo las personas que hoy nos gobiernan? ¿hemos tomado conciencia de que como país nos venimos equivocando ya muchas veces y en vez de elegir representantes de fuerzas constituidas nuestro pueblo termina votando a favor del outsider que mejor lo impresiona, y que buena parte de la responsabilidad nos toca a los políticos por no haber educado a nuestro pueblo, enseñándole a escoger y decidir, y nos hemos colocado en la cómoda posición de quienes solo toman cuentas a quienes gobiernan y se desatienden de su corresponsabilidad política?
Me pregunto si no ha llegado el momento de meditar en formas de apoyo y solución a los problemas de un gobierno que día a día tiene más corta la capa de oxígeno y que su colapso nos puede arrastrar a todos y hasta cambiar el curso de la historia de la república por los profundos desencantos de este pueblo. Quizás podamos –y esto también lo propongo a título personal- acordar una tregua benévola que no es una suspensión de hostilidades políticas, sino el buen propósito para que el gobierno haga lo que es su deber hacer. Por lo pronto, reajustar su presupuesto para atender a la gente humilde a la que realmente no le alcanza lo que gana, cuando gana.
Alguna experiencia puedo exhibir, pues después de ocho años de docencia en el colegio militar Leoncio Prado en plaza que gané por concurso enseñando literatura y gramática, y por cuyos servicios tengo una cesantía de 280 nuevos soles al mes que –gracias a Dios- puedo entregar a mi mujer para sus gastos personales y ella me dice que no le alcanza para nada. Yo le digo: “¿cómo vivirán hogares de cinco o más personas donde su ingreso total es menor a lo que recibes?”. Meditemos si no será conveniente y llegado el momento de meternos todos juntos a asumir la responsabilidad que el país nos reclama....Ahí los dejo, para reflexión y en buen recuerdo de don Fernando.
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Congreso de la república, miércoles 4 de junio de 2003Homenaje en el primer año del fallecimiento del Presidente Belaunde.
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