La página de la juventud es una página de RIBUE Producciones al servicio de Acción Popular

martes, 11 de diciembre de 2007

Ser mejor

¿Quien soy?

¿Que quieres?
Un buen portero debe ser hábil no sólo para parar penalties. Fuera del campo ha de afrontar amenazas más serias que un bien atinado chute del balón a la portería.

Germán Burgos, el portero del Atlético de Madrid, es un reconocido ducho en la materia. Afirma que hubo una falta en el área de rigor: fumaba demasiado. Y no hubo más remedio que acudir al quirófano. Allí le extirparon un tumor de riñón.

La noticia se esparció como una mancha de aceite. De España, Japón, Argentina, y otros países, llegaron mensajes, cartas, flores, en fin, muestras de apoyo expresadas de mil maneras. Capitanes de otros clubes, sus aficionados y los profesionales de otros sectores, como la música, animaban calurosamente al guardameta.

Si tal fenómeno se diera en un partido sería tildado como contrario al amor a la camiseta, y hasta antiético. Pero, ¿quién no animaría al arquero que en un momento de su carrera profesional debe afrontar a un excelente tirador como es el cáncer? Aquí no está de por medio la copa de la liga o la copa de la Champions League, sino la misma vida.

En los momentos de dolor y de enfermedad, los muros de división se desmoronan por su propio peso e inconsistencia. Cesan las divisiones. Pierden su supuesta relevancia. Los que antes parecían enemigos inconciliables se apiñan para afrontar como un solo hombre la amenaza peligrosa.

Y es que todos los mortales experimentamos de una u otra manera el sufrimiento, en nuestro paso por la tierra. Es ley universal. No obstante, también advertimos que el padecimiento nos permite crear lazos de unión que de otra manera jamás hubieran existido…

Desde que conoció su estado precario de salud, Germán se mostró optimista. Con golpes de humor, evitaba que otros sufrieran por su causa. A su madre acongojada le bromeó diciendo: «Mamá, no te preocupes. El cirujano que me operará ve bien de un ojo…». En su convalecencia señalaría que los puntos de sutura igualaban a los tantos que el Atlético de Madrid había obtenido. Más tarde, apuntaría en su camiseta un triple “gracias” por el acompañamiento moral que recibió.

Hay que reconocer en el sufrimiento una cara amable. Cabe decir que sólo los buenos, los de un natural feliz, los rostros sonrientes y miradas transparentes la saben descubrir y transmitir a los demás.

Como Germán y sus aficionados, habrá otros más en el mundo que con su testimonio dejarán a la posteridad y a sus coetáneos este patrimonio de solidaridad.

Después de todo, no hay nadie que viva tan abstraído de este mundo y de una manera tan solitaria, que no sienta sobre la epidermis el dolor de quien sufre. Al menos yo no lo he visto.

¿Donde estoy?

- En la sociedad



Un día el padre de una familia muy rica llevo a su hijo a pasear por el campo con el propósito de que su hijo viera cuan pobres eran esos campesinos.

Pasaron un día y una noche completos en la destartalada casa de una familia muy humilde. Al concluir el viaje y de regreso a la casa en su flamante automóvil, el padre le pregunto a su hijo:

- ¿Que te ha parecido el viaje?
- ¡Muy bonito, papi!

- ¿Viste que tan pobre puede ser la gente? - insistió el papa.
- Si, - respondió el niño.

- ¿Y... que aprendiste, hijo? - insistió el padre nuevamente.
- Vi, - dijo el pequeño, - que nosotros tenemos un perro en casa; ellos tienen cuatro.

Nosotros tenemos una piscina que llega hasta la mitad del jardín; ellos tienen un arroyo que no tiene fin.

Nosotros tenemos unas lamparas importadas en el patio; ellos tienen las estrellas.

El patio de nosotros llega hasta la pared junto a la calle; ellos tienen todo un horizonte de patio.

Ellos tienen tiempo de platicar y convivir en familia; tú y mi mamá tienen que trabajar todo el tiempo y casi nunca los veo.

Al terminar el relato, el padre se quedó mudo...... y su hijo agregó:

- Gracias, papi, por enseñarme lo pobres que somos, y lo ricos que podemos llegar a ser.

¿Con quién estoy?

Familia
A nadie le gusta que le exijan. Pero, ¿no será necesario algunas veces? Te voy a contar una historia.

El arquitecto había proyectado un edificio espléndido. Hacía semanas que cientos de hombres acarreaban los materiales. La mejor madera de los bosques, gigantescos bloques de granito duro como el diamante, lastras de mármol escarlata como el sol del crepúsculo o verde como el jade más brillante, enormes monolitos de piedra...

Naturalmente para un proyecto tal, el emperador había elegido al mejor arquitecto de todos. Nadie hacía los planos como él. Nadie conocía mejor que él el misterio de los ángulos, de las rectas, o el arte de distribuir pesos descomunales sobre pilastras y columnas.

Pero el arquitecto era tímido y no quería contradecir a nadie.

- ¿Dónde colocamos el monolito? - le preguntó un constructor.

- ¿Dónde?... donde a ti te parezca bien - respondió el arquitecto que no quería quedar mal con nadie.

- Y las columnas... - le dijo otro trabajador - ¿Aquí están bien?

- Sí, sí, ¡por supuesto! - contestó el arquitecto a pesar de escuchar cómo retemblaban los cimientos.

- ¿Podemos poner el bloque de mármol encima del techo para que se vea bien? - le preguntó un albañil que no sabía nada de edificios.

- ¡Excelente idea! - repuso el arquitecto sin hacer mucho caso de los gemidos que ya se oían en las vigas.

El edificio quedó terminado y los constructores se decían:
- ¡Qué arquitecto tan simpático! ¡Qué amable! ¡Cuánto respeto tiene por nosotros!

- Es un gran hombre - dijo uno de ellos con solemnidad. Nunca he encontrado un arquitecto que tenga tanto respeto por nuestras opiniones. ¡Así tendrían que ser todos nuestros jefes!

Y mientras decían esto, el enorme templo se desmoronó y los sepultó a todos.

Antes de juzgar, no olvides la historia del arquitecto.

No hay comentarios:

..."Es al pueblo a quien corresponde tomar las decisiones"